Armadura.
Arrancarme los dos metros cuadrados de piel que me envuelven y dejar de tener armadura bajo la que esconderme. Estar en carne viva y no en alma muerta. Abrir de par en par todas las ventanas y puertas. Dejar que entren, que salgan, que se queden, que no vuelvan. Quemarme las terminaciones nerviosas para poder asumir los comienzos con calma. Frenar la ansiedad, acelerarnos el ritmo. Viajar sin salir de la cama. Pedir deseos a las pestañas que se desprenden. Recoger los pedazos de inocencia mutilada con la lengua. Quedarme a vivir en tu respiración mientras duermes. Instalarme en una espiral de por qués sin respuesta. Que todos los días sean viernes. Dejarme llevar, hacerme la muerta. Permitirme fallar, follar, faltar, saltar, caerme. Dibujar una herida para poder tener un lugar al que señalar cuando diga que duele. Golpearme el pecho para asegurarme del latido. Dejar de señalarme, juzgarme, condenarme, castigarme sin motivo. Planear el ahora, ignorar el mañana. Respirar el presente y a