Enamorarse de un desconocido...

LETRA:
El tiempo no pasa. Nos pasa, de lejos. Y mientras, nosotros, nos ahogamos... en vasos de agua, vacíos. Llenos de sed y de ganas.
Queremos volar sin desatarnos las alas porque nos da miedo salir de la jaula. Y, sin embargo, acariciamos sus barrotes mientras soñamos el aire: una corriente ascendente que nos lleve a la luna, donde la gravedad es menor y los problemas, quizá, menos graves.
Hablo del amor, del miedo a ser cobardes. Del vértigo que producen los besos a ras del suelo. De la sensación de conocer todos los rincones del cielo. De notar dinamita en el pecho izquierdo. De querer frenar y salir corriendo.
El tiempo no pasa. Nosotros pasamos. Pasan las cosas. El amor pasa. Y el olvido es lo que no nos pasa cuando el reloj parece no avanzar, cuando nos hacemos invierno y congelamos el momento.
Pero hay algo que pasa mientras pasa el amor... Pasas tú, caminando, yendo hacia ninguna parte y mis sueños marchándose contigo hacia cualquiera de tus sinsentidos. 
Te miro -con los mismos ojos que con los que me gustaría que me vieses-. Y es que mi mirada esconde mucho más que besos entre las pestañas.
Vas con las manos en los bolsillos, agarrando los sueños con fuerza para que no se salgan cuando te toque echar a correr. Y la tierra parece moverse a tu ritmo para que no te canses de andar y ella seguir sintiendo cada paso que das...
No me extraña que el sol tenga cara de haber estado llorando, si las nubes te observan a ti como su mejor paisaje. Tampoco me extraña que todos los semáforos se pongan en rojo -dependiendo de si vas en coche o andando-, lo único que quieren es mantenerte a tu lado. De hecho, cuando suenan, en realidad te silban a ti. Pero shhhh, que aún no se han dado cuenta de que me hacen un favor a mí, porque te alcanzo y me da tiempo a sincronizar nuestros pasos. Mirarte de reojo, acariciarte los labios a distancia y adivinar tu clavícula. Medirla para, en caso de desajolo, saber si habría hueco para irme a vivir allí. 
Ya he calculado que tu pecho mide veintidós besos cuadrados, que en tu espalda caben mil trescientos veintiocho arañazos y en tu cuello sesenta y tres bocados. Si lo sumas, da mil cuatrocientas trece sonrisas -y me parecen pocas-.
Y cuando todo parece encajar, vuelcas tu carnet de identidad dentro de mi corazón, y vuelvo a la realidad. ¿Que qué realidad? Joder... la de que me he vuelto a enamorar de un desconocido más que desprende tanta melancolía como un ramo de flores secas y que, cuando gire la esquina, desaparecerá de mi vida -sin más-. Pero es que ver lo bonito de las cosas ajenas a uno mismo es mi forma preferida de autodestrucción.

Clara I.