Te echo de menos. Así de claro.
-Perdonadme, la inspiración me ha dejado con el café preparado y enfriándose en la mesa. Y yo, tan tonta, hasta sonrío al recordarle. Si os fijáis un poco, siempre se me ha dado mejor escribir los principios que los finales. Por qué será...-
Me echo de menos. Echo de menos al mí de yo contigo, al tú de conmigo pero sin mí, al nosotros que nunca tuvimos. Echo de menos sobrevivir a las tardes de domingo sólo por saber que te vería por la noche, los paseos en moto de mi vida en tus manos adelantando a los coches. El sonido de tu voz y de tu risa, el sonido de tu silencio y tu particular sonrisa, y mis sueños tintándose del color de tus ojos. Tus versos desnudándome las inseguridades, matándome el miedo, parando el tiempo y tatuándome verdades. Tú y tus labios hablando de sexo, mientras enseñan los dientes para recordarme todas las cosas que teníamos pendientes. Y tus dedos, al tacto, silenciándome, como si me arrancaras las cuerdas vocales. Tienes la capacidad de dejarme sin palabras, ruborizarme, enamorarme, quitarme las dudas y hacerme sentir la magia, sin hacer absolutamente nada. Lo he intentado. He intentado no pensar en ti al escribir y por eso no he publicado estas semanas. Ojalá llegases así, de golpe y porrazo, como el portazo que diste nada más aparecer en mi vida. Porque esta chica te jura que, desde verano, no ha escrito a nada más que a la última imagen tuya que se guardó en los bolsillos antes de que llegara Septiembre y empezase la lluvia a hacer que la tinta se corriese hacia los márgenes.
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¿Hacemos poesía?