Inconexo.

White Plane on the SkyA 38.600 pies del suelo, el vértigo se me antoja menor que cuando te miro la boca. Quiero explicarme, pero mi mente son hojas en blanco mojadas sobre las que sigue lloviendo. Si me atreviese a materializar lo que siento, las sensaciones se emborronarían. Hace frío y no de abrigo, sino de abrazo. Es la segunda pastilla que tomo y la tercera vez que lloro en lo que va de día. «Estoy mejorando», me repito y es mentira.

A casi 1876,4 kilómetros me pregunto si cuando me marcho me sientes diferente, como lejos. Hoy es uno de esos días en los que la vida hace mucho ruido y yo necesito silencio. Ante la imposibilidad de gestionar mis emociones, como con las manos y me relamo los dedos. Nunca soy tan animal como cuando tengo miedo. Me tiembla la barbilla si reprimo el llanto. Mi yo más masoca me ahoga agarrándome del cuello. Me he vuelto a equivocar, una vez más.

Después de 168 horas, supongo que hay cosas que sé que nunca me van a pasar. Después de 10.080 minutos, supongo que hay cosas que sé que nunca voy a dejar de pensar. Todo me queda inmensamente grande y esta vez de las oportunidades no hay más tallas. Apunto el fracaso a mi colección de cosas que me matan la autoestima. Recojo los pedazos y trato de mantenerme digna. Me pinto los labios.

Suenan sirenas de fondo y me pregunto si la muerte sonará diferente dependiendo del idioma. Suenan gemidos de fondo y me pregunto si el sexo sabrá diferente dependiendo de la lengua. Quiero que me regales un mapa donde señales todas las ciudades donde te gustaría hacer el amor o morir. Creo que necesito un mensaje tuyo antes de irme a la cama donde me dejes caer que crees en mí. Que no sea yo la que caiga.

Perdóname por ser así. Escribo por no llorar de nuevo. Hablo de ti por no pensar en todo lo malo. Estoy intentando que entiendas algo que aún no te he explicado.

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