MICROCUENTO 1

Salíamos del bar cuando me agarró por la cintura y nos frenamos en seco. Era una noche de esas en las que la luna tiene cara de melancolía y las estrellas brillan más de lo normal mofándose de ella, que necesita del sol para poder brillar. 
El frío y el aire era lo único que había en la calle aquella noche, además de nosotros. Sinceramente creo que tenía más frío en la nuca por sentir su respiración, que por el aire que soplaba fuerte a ratos para despeinarnos la sonrisa, si la hubiésemos tenido.
Me cogió las manos con dulzura y las apretó suavemente mientras me besaba el cuello, mientras yo besaba el aire con los ojos cerrados llenos de sueños, en plural. 
En aquel momento, estar entre sus brazos parecía lo contrario a estar muerta. Sentía su corazón latiéndome en la espalda, cada vez más deprisa, como su respiración.
Me giré hacia él y se encontraron nuestras miradas, nos volvimos a frenar. Supongo que vio en mis ojos el gris con el que veo el mundo, porque no volvió a decir nada. Sacó de su bolsillo un bolígrafo negro, lo destapó y me lo acercó a la cara. Después, me dibujó una sonrisa torcida al lado de los labios y me abrazó muy fuerte, apoyando sobre mi cuello su rostro. Lo acarició con la punta fría de su nariz y me susurró "A partir de ahora, el peso del mundo lo llevaremos los dos" antes de invitarme a su casa a dormir o a hacer el amor mientras la poesía, la vida y hasta la filosofía nos hicieron a nosotros
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