Muertes.
De las cinco fases del duelo, creo que nunca he aprendido a pasar a otra que no sea la negación. Yo, que echo de menos a la abuela desde hace ocho años como el primer día. Sigo siendo esa niña de catorce años muerta de miedo, abrumada, una cría. Hace a penas unos días que alguien más murió. Su hija insiste en que me quería y nunca lo he dudado, se ha ido sabiendo que yo también la quiero. Recuerdo que siempre le preguntaba a mamá cuando iba a ser la próxima vez que me tocara viajar al extranjero, y ahora ella se ha ido más lejos de lo que yo he estado jamás. Ahora está siendo semilla de lo que pronto serán unas de las flores más bonitas del cementerio. Y yo seguiré durante años mirando hacia su lado del sofá, esperando encontrarla sonriendo y con los brazos abiertos porque sabía que siempre me acercaba a darle un beso. Y ella no necesitaba mucho más. Luego preguntaba por Lolo, mi perro, antes que por nadie más. Siempre le tocaba aunque le daba miedo, y le sacaba de su bol