De diluvios universales...

Me preguntó si le gustaba y le susurré al oído "Feo, que por ti no llueve" antes de que nos cayera el diluvio universal encima. Afirmaciones como ésa no deberían ir nunca entre signos de interrogación porque es una ofensa a preguntas de las que de verdad se duda la respuesta.
Llevaba una sudadera verde, del color de la esperanza, y provocando los mismos efectos que fumar marihuana. Con él hasta en las despedidas me entraba la risa porque me hacía cosquillas para, según decía, quitarme el sabor amargo de los besos a medias que me quedaría en la boca después de tener que calmar las ganas con música, como se amansa a una fiera.
Tenía una forma de mirar especial, de esas que hacen que te sientas desnuda y, pese a todo, te apetezca bailar. Bailar sobre los bordes de los vasos que sabes que han rozado sus labios. Perder la ropa y hasta la piel si fuese necesario. El caso es que me faltaban siempre más sentidos para poder sentirlo más. Que no bastaba con cinco. Que su parte imperceptible gritaba “Conóceme” y era la mayor tentación aparte de hacerle reír, que venía siendo comparable a que te mordieran en corazón y luego lo escupieran porque, pese a esa sonrisa, si le mirabas fijamente a los ojos siempre veías ruinas. Y yo siempre he querido ser capaz de reconstruir algún corazón, no preguntéis por qué.

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