(Olvi)dárnoslo todo...


No me habléis de catástrofes si no le habéis visto llorar. Ni de ternura si no le habéis abrazado mientras le sentíais frágil, acojonado por el signo de interrogación que le late en el pecho. O todos los interrogantes que le cuelgan de los lacrimales y todos esos miedos en forma de dudas existenciales.
Me enamoré de él justo por eso, por la forma que tenía de ver la vida y porque era capaz de reconstruir con caricias. Me enamoré de él por su manera de convertirse en ruinas y, a la vez, resurgir con una simple sonrisa. Estaba claro que era especial. Escondía magia en la punta de los dedos, en los ojos y en la garganta, porque podía hacer desaparecer el mundo entero o desdibujar tristezas, simplemente con aparecer por la puerta.
Me enamoré de él porque sabía cómo hacerme sentir grande y, a la vez, pequeña. También por todas las cicatrices que enseñaba sin reparo de que alguien, por eso, pudiese juzgarlo.
Tenía la palabra "poesía" en los labios y, cada vez que me miraba, sabía que podríamos rimarnos. Soñaba con versarlo y poder amarnos entre metáforas, que es como lo hacen todas esas historias con afán de ser inmortales. Pero teníamos el infinito en contra que es la cantidad de números que existen camuflados en palabras como "edad", "tiempo" o "distancia". Así que nos tocó (olvi)dárnoslo todo y él, para empezar, se llevó mi vida... y, para acabar, se llevó también toda la poesía.

Clara I.

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