No te pedí que te quedaras...

(Playa de Alicante)
Voy a confesarme. A confesarnos.
No te pedí que te quedaras porque "quedarse" implica que hay alguna probabilidad de que quisieras irte, por muy pequeña que fuera. Sólo esperé con la esperanza de que apostaras por ser a mi lado en vez de irte al lado de la distancia, y salió mal. 
Si siempre llego tarde a todos los sitios es porque sé que tú ni siquiera llegarás. Y lo mismo ocurre cuando escribo. De nada sirve crearte en fantasmas sobre un papel, si hace tiempo que no te dibuja mi tinta. Que si he dejado de hacerlo es porque nada de lo que he escrito hace justicia a todo lo que sentí contigo.
Si tengo miedo a volver a enamorarme no es por el daño que puedan hacerme -ya sabes que mi corazón se ha hecho de goma-, sino porque no quiero comprobar que no hay nadie comparable a ti en el mundo. Si ya es difícil perderte, imagínate si eres único y no hay ninguna posibilidad de que alguien sepa lamerme todas tus heridas.
Si últimamente no sonrío tanto como lo hacía antes incluso cuando estaba jodida, es porque mis comisuras se niegan a moverse si no es para encontrarse con tu boca. Y claro, no sé cómo explicarles que ahora juegas a reinventarte en otros labios. 

Si últimamente escribo más, pero a la vez menos, es porque mi corazón tiembla de frío, cansado de noches de lunas llenas y camas vacías. Y yo sólo puedo cobijarlo con letras, porque no quiere saber nada de nombres propios.
Y si esto es una confesión, no es porque quiera justificarme. Es porque mi vida necesita saber las razones por las que no quiero seguir adelante.

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