Balance del (d)año - Clara I






A veces pienso que medimos el tiempo porque nos angustia su paso y contamos lo que llevamos o lo que nos queda en años. Así que papel y bolígrafo en mano, ahora que el contador está a punto de aumentar, me dispongo a hacer balance del daño. Ya ha comenzado la cuenta atrás, así que permitidme que os lo empiece a contar.

Me he dado cuenta de que no se trata de quien decide quedarse, sino quien nunca se plantea irse, pase lo que pase. Y que a veces pedimos que se largue a la única persona que de verdad no está dispuesta a marcharse. Incluso he experimentado la tristeza que supone no querer irme de un lugar, pero tampoco tener motivos para permanecer más. Y he entendido que no se trata de distancia, sino de demostrar que estás, hacer que los kilómetros o centímetros den igual.

También he acabado aprendiendo que a veces el problema no es lo que te pasa, sino justo lo contrario: lo que no te pasa, lo que te estás perdiendo. Y que tendemos a echar la culpa a la gota que colmó el vaso, cuando todas las demás fueron las que lo llenaron. Que tendemos a morir de sed mientras nos ahogamos. Como aquel día que, de tanto llorar, salieron en la pared manchas de humedad capaces de asegurar que no iba a volver.

Y es que, joder, este año he llorado más de lo que habría imaginado. Ha sido una terapia de choque, de ver el precipicio siempre desde el borde. Donde el vértigo me pedía que saltara desde la cornisa para llenar todo ese vacío deprisa. Donde se convertía en huracán hasta la mínima brisa, que con todo querría arrasar. Y he comprobado que, para perder, no siempre hace falta arriesgar. Que, para dejar huella, no hace falta pisar.

Pero también he reído, he bailado, he querido de verdad. He besado una boca capaz de cumplir más deseos que cualquier estrella fugaz. He visto hacerse de noche cada vez que se atrevía a parpadear. Y me han olido a mandarina las manos después de poderlo tocar. Pude encontrar en sus ojos toda la esperanza que había perdido y, ahora quizá nuestro particular incendio esté extinguido, porque, cuando se fue en un abril y cerrar de ojos, se llevó toda la magia consigo. Y aunque intenté poner de mi parte, la ansiedad escribió un “demasiado” delante de cada “tarde”. Ahora la flor de mi vida lleva puesto un vestido de pétalos impares. Le doy las gracias, aun así, por hacerme creer por un momento que, esta vez, sí.

Además, he conocido a gente que merecía la pena. Los he visto ser felices y ya no puedo imaginarles de otra manera. Con ellas sé que dibujaremos en cada imposible una puerta, para hacer todas las fantasías ciertas. Y, si la vida no nos deja pasar, romperemos los cristales de todas las ventanas y echaremos a volar. Que les echo tanto de menos que a veces siento que el pecho me está a punto de estallar. Que los quiero a rabiar. Y que rabio por quererlos más.

Pero sobre todo este año ha sido de mi hermano canino, de papá y mamá. Nuestro y de toda la familia en general. Siempre que escucho la palabra “suerte” pienso en ellos y de repente noto cómo desaparece el miedo. Han sido la cura para todo el veneno, el sol en mi cielo, el vaso medio lleno, el oasis en pleno desierto, el resto de sentidos de un ciego, la resurrección para un muerto. Así que comprended que no hable más de ellos sabiendo que ningún poema hará justicia a todo lo que les debo.



Ahora toca intentar quedarse con lo bueno sin negar todo lo demás. Y simplemente no se me ocurre mejor resumen del año que contaros para acabar que:
A veces, la mejor forma de arreglarse uno mismo es romper a llorar. 

Comentarios

  1. Hola ...
    En realidad soy tu fan... a decir verdad he llorado con tus escritos y me han servido de refugio cuando mi alma padecía de frió, he visto la luna bailar con las estrellas justo después de escucharte o leerte pues después de este largo tiempo he descubierto lo fácil que es soñar con los ojos abiertos, todo gracias a ti. Soy escritora y me gustaría algún día hablar contigo, que me des tu opinión de los textos que en las madrugadas suelo escribir.

    Con cariño Momo

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