Desahogo.

Photo Of Woman Covering Her FaceCrees que comprendes mi dolor porque me has visto llorar más de dos veces con la cara descubierta y sin miedo al estigma. Crees que me entiendes y lo crees porque no sabes que no sabes.
No te conté que la pesadilla empezó a los 11, donde dejé de querer ir al cole. No te hablé de las risas, de las patadas, de los empujones. No sabías que me metía a llorar al baño cuando cumplí los 12. Nadie te habló de aquella vez que subieron una foto mía a internet para insultarme, ni de que me persiguieron para pegarme decenas de veces cuando tenía sólo 13. Tampoco que tenía pesadillas con sus voces cuando tenía 14. No te conté lo de la falsa amistad a los 15, cuando pensé que mi soledad había acabado y sólo querían reírse. No te hablé de cuando hacía los deberes al resto para ganarme su confianza, ni de que ellas me insultaban por la espalda. Jamás olvidaré cuando con 16 perdí a mi abuela y toda esa pantomima se derrumbó tras ella. Fue a los 17 cuando me atreví por primera vez a hablar de mi pena con una profesional que juzgó mi manera de enfrentarme al mundo como forma de condena. O que mis mejores planes era quedarme encerrada en casa todas las tardes porque no tenía fuerzas para salir a la calle.
Tampoco sabes que con 18 intenté cambiar de vida poniendo distancia y comenzando una huída. Y que después de negarme dos veces a un beso, alguien me robó la inocencia y forzó mi cuerpo. Y hasta pensé que era amor. Fue con 19 cuando descubrí que era todo mentira y que mi pasado me iba a acompañar toda la vida. Dudé de mí misma y supe que jamás podría quererme, así que volví a mi coraza de siempre. Todo esto cambiaría a los 20 cuando alguien consiguió ser espejismo en mitad del desierto. Y cuando había dado todo hasta quedarme sin nada, dejó de ser perfecto, porque nadie supo entender que por una vez me cuidara. A los 21 volví a cambiar de vida en la capital y me di cuenta de que media vida después no estaba acostumbrada a tanta soledad. Así que Lorazepam, Paroxetina, ansiedad en cada paso y asco por la comida. Y ahora, a los 22, pese a que todo apuntaba en mi contra, sigo viva.
Así que acepto que creas que conoces mi dolor, pero no me juzgues, por favor.

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